Cuando escuché y vi en los noticieros al excondiscipulo Fabio reaccionando al producirse la detención de su hermano sentí cierta conmiseración solidaria con su familia, pero, más pesar sentí por el país entero que padece las consecuencias que la política antidrogas dictada por los gobernantes norteamericanos, la mafia de los Bush y sus predecesores, han impuesto.
De manera simple y vulgar puede decirse que no hay familia colombiana en la cual no exista un santo y un demonio, un loco de amarrar y un bobo de esconder, un prestigioso psiquiatra, una hermana trasnochadora, una monja, un político, un bandido y un policía. De cuando en vez afloran expresiones, el clan de los Zapata, ese es de los Velez de… Perez tenía que ser, no se meta con ese clan, es de los Echavarria ricos, con esa gente es mejor no meterse, etc, etc. Los Gärtner y los Tobones, los Vargas, los Gómez, los Betancures y los Betancouhrtes (sic), no estan excluidos de y en mi percepción, sentimiento y concepto, igual que frente a otras etnias no hispánicas ni afro-colombianas.
El drama de familias como los Araujo, los Naranjo, los Ochoa, y ahora los Valencia Cossio, serian inconcebibles fuera de los condicionamientos políticos de la política anti drogas y la con ella, íntimamente relacionada, guerra contra el terrorismo que por otra parte constituyen ejes de la política de seguridad democrática de la actual dirigencia del régimen. Dadas las caractertísticas de las familias tradicionales antioqueñas y a esta categoria pertenece Fabio y todo el combo empotrado en el gobierno del país, las cosas tienen una dimensión mayor y profunda.
Es como observar un cuerpo cuyas partes integrantes se debaten a muerte en virtud de un virus cuya existencia se resiste a reconocer. Una guerra fratricida en la cual el hermano solo reconoce al hermano cuando lo tiene frente a si en las rejas o en la ceremonia funebre.
