jueves, 17 de mayo de 2012

CRONICAS DE VISITAS AL HARZ




Reproducción de notas publicadas en NotiGärtner entre junio de 2001 y marzo de 2002 previa solicitud y autorización para esta publicación.



DE COLOMBIA Y ESTADOS UNIDOS 
VIVENCIAS DE TRES DESCENDIENTES DE UN MINERO DE CLAUSTHAL
DURANTE SU VISITA AL HARZ
NotiGärtner Nr. 11  Cali, junio de 2001

RECORDANDO A FEDERICO GÄRTNER
Guillermo Aníbal Gärtner Tobón.


"agradezco la oportunidad que me dio la vida de compartir unas horas hermosas en su compañía y la de su esposa Anna Gärtner. Viva permanece la imagen de la acogedora sala de su hogar con su escritorio arrimado a las ventanas que dan al exterior, la maquinita de escribir y ese ambiente inconfundible de quien ha hecho de la pluma y de los ejercicios de la inteligencia motivo primo del vivir. Las antiguas lámparas mineras colgando junto a la puerta de ingreso a ese "lugar de estar" rodeado de fotografías y blasones, reconocimientos y recuerdos. Nos reíamos como niños y compartimos esa intimidad tan especial de una pareja de seres buenos raizalmente y, hasta los momentos en que Federico se desesperaba o angustiaba indicando que su Espíritu encadenado en la bóveda craneal y bloqueado por los efectos que dejó en su fisiología un reciente derrame quería interrumpir con incontenible fuerza, nos provocaban de inmediato explosiones de franca simpatía y alegría por ese encuentro. Vivo está el recuerdo de los pastelillos y el té que degustábamos mientras escuchaba sus relatos acerca de sus ascendientes, particularmente de los Schreier, como que también me parece actual su imagen cuando luego de la última visita allí en la Baeckerstrasse 3 de Zellerfeld y, no obstante el mal tiempo reinante, Federico quiso acompañarme desde su vivienda hasta el frente de la casa que ocupó, en la calle Zellbach N° 84 de Clausthal, mi bisabuelo y su familia hasta el momento de su partida hacia Colombia. Allí me despedí del amigo y al levantar la mano por última vez, al perdernos en el horizonte, sentí que parte de mí se había quedado allí para siempre en el suelo y bajo el cielo del Oberharz...."



Friedrich und Anna, archivo personal gag.





CLAUSTHAL
Por Leonora Gartner Uribe

Para mí fue muy emocionante conocer por fin el tan mencionado Clausthal, nombre que desde hace muchos años me es familiar porque he oído decir que de ahí venimos los Gärtner. Nunca me imaginé que algún día lo iba a visitar con mi esposo alemán y mis dos hijos monitos alemancitos.

Yo creo que todos tenemos idealizado a ese primer ancestro que se atrevió a dejar su país para ir a aventurar a semejante lejanía y lo que más me sorprende es que él nunca se imaginó que iba a engendrar una familia tan especial como lo hizo. Me refiero en particular al abuelito y a mis tíos abuelos y, por supuesto, a sus hijos que crecieron con su espíritu intelectual y sencillo. Nosotros, la cuarta generación, no somos integrados, no nos conocemos pero sé que a muchos nos fascina untarnos de ese ambiente familiar que se siente cuando se unen los primos y hacen encuentros, escuchar anécdotas de la historia familiar, gozar de ese don que tienen para hacer conversación, los conocimientos que poseen nos enorgullecen de ser Gärtner. No creo que sea fácil encontrar otra familia así, que guarda la sencillez y la transparencia.... nadie se cree más que nadie....

Conservando esa magia, ese cariño que me dejaron el abuelito y los tíos abuelos, me fui a Clausthal a rendirle tributo de admiración a mi tatarabuelo. ¡Qué se iba a  imaginar él que más de cien años después regresaría una tataranieto suya, con sus hijos alemancitos, a conocer su pueblo natal!
Clausthal es realmente un pueblo muy sencillo, las calles van en línea recta paralelas pero tiene mucha falda, o sea un poco Manizales. Tan así es que por la ruta que tomamos, una carretera angosta con mucha curva, en las montañas, la llegada se me hizo muy parecida al trayecto entre Fresno y Manizales; claro que la gran diferencia es que estas montañas tienen muchos pinos cargados de nieve. Clausthal está localizado en el corazón de las montañas del Harz, muy cerca al Parque Natural donde la gente va a esquiar en invierno y a hacer excursiones en verano.

Nos hospedamos en un hotel en el centro de la ciudad que funciona desde 1850, o sea que por ahí enfrente tuvo que pasar el abuelo Georg. Las escaleras me impresionaron porque son muy parecidas a las de la casa antigua de Riosucio; cuando lo restauraron encontraron la pintura original y en partes de las paredes la dejaron así, era de colores terracota, verde y creo que amarillo. Muy lindo. En el hotel vi un aviso de una agencia de turismo Gärtner y más abajito, por la calle principal, vi la agencia de viajes "Reisetour Gärtner".

La arquitectura de las casas es diferente al resto de Alemania: las fachadas son de madera, planas, en línea recta una tras la otra y los pueblos de esta región se parecen un poco al viejo oeste de Estados Unidos. Esta región es turística y muy diferente al resto de Alemania. Todavía existen las minas y las vías ferroviarias; hicimos un paseo en uno de los trenes originales antiguos a vapor que utilizaban en la minería; lo tomamos en un pueblo cerca de Clausthal, más abajo, y el paseo consistía en subir al pico más alto entre las montañas. Fue lindísimo; para Mathías era su primer viaje en tren.

Pensamos volver en la primavera porque realmente vale la pena conocer más esta región y quiero visitar el cementerio de Clausthal para contarles otros detalles acerca del pueblo donde nació mi tatarabuelo.




CRONICA DE MI PEREGRINAJE A LAS MONTAÑAS DEL HARZ
Agosto – Septiembre de 1999
Por Ricardo Suárez Gärtner



Me acerqué al Oberharz en automóvil desde el suroeste, pasando por Göttingen y Northeim, rumbo hacia Osterode am Harz. Es decir que (por casualidad o diseño inconsciente) me acerqué a la tierra natal del tatarabuelo Georg Heinrich Friedrich Gärtner Gehrig siguiendo la ruta que hacía más de 150 años habían utilizado los viajeros Bayard Taylor y Heinrich Heine - cuyas descripciones sirvieron de telón de fondo en esta expedición. Llegué al atardecer en un día más bien nublado. Mi destino, según las instrucciones del guía que contraté para superar la barrera idiomática, era el pueblo de Buntenbock -a escasos tres kilómetros de Clausthal. Aunque me extrañó un poco la escogencia del lugar, no tardé mucho en comprender la razón. Al entrar al pueblo lo hallé en son de feria. Había cantidades de gentes en trajes típicos que iban rumbo a algún lugar céntrico del poblado. Y por ahí seguí yo, haciendo peripecias al tratar simultáneamente de manejar, leer los nombres de las calles y las instrucciones en el mensaje que había recibido de mi guía, Andreas Müβ. Llegué al albergue que éste me había reservado (Restaurant am Kurpark) y, casi a señas como un sordomudo y gracias al inglés de escuela secundaria de la señora Marion Kiep, una viuda que es la dueña de la pensión, logré por fin instalarme en mi habitación.

Al poco rato llegó Andreas y nos juntamos al torrente humano que iba hacia el festejo. Resultó que había llegado precisamente el fin de semana cuando se celebra el Schützenfest -feria del tirador (Tiro al blanco). Esta fiesta en Buntenbock sirve de clausura a las celebraciones de verano en la región. Comimos varios tipos de salchichas y pasamos el sauerkraut con unas cuantas cervezas. Muy pronto comenzó la música y tuvimos oportunidad de oír diversos conjuntos típicos. Me sorprendió la frecuencia del Jodler (mal pensados!, el canto sostenido en falsete típico del Tirol) y pregunté a mi guía si eso era simplemente un show para los turistas. El, muy serio, me replicó que algunas de las gentes del Harz, particularmente los mineros, habían llegado del Tirol Austríaco hacía siglos vía la región de Erzgebirge en Sajonia y que aún conservaban muchas de sus tradiciones, al igual que su dialecto. Con ese dato tan relevante para nuestra genealogía y con el efecto de la música en la mente y de las cervezas en el cuerpo, no me fue muy difícil conciliar el sueño esa noche.

El próximo día dimos una vuelta por Clausthal. Cogimos por la calle Zellbach buscando la casa # 84 la cual (según Friedrich Gärtner, el amigo clausthalense de Guillermo Aníbal Gärtner Tobón) había sido la vivienda de los padres del tatarabuelo Georg. No pudimos encontrar el número, pero más adelante nos enteramos que la numeración había sido cambiada. Hallamos una casa, la # 69, que se parecía al dibujo hecho por Guillermo, pero le faltaba la escalera frontal. Posteriormente mi guía revisó motu proprio los archivos de la iglesia luterana y halló la referencia a Georg Gärtner (padre) en los registros de diezmos. En 1.845 él aparece como inquilino de la casa # 63 (antiguo # 95) en la calle Zellbach. Allá fue Andreas y tomó una foto que me envió por correo, en la cual aparece una casa parecida pero no igual al boceto de Guillermo. Debo confesar que estoy un tanto perplejo ante esta incongruencia.

De allí fuimos al cementerio. Andreas había hablado previamente con el encargado y este nos tenía preparada una lista de todos los Gärtner registrados en el camposanto. Resultó ser una lista del Siglo XX y, por supuesto, no podíamos identificar a nadie. Le pregunté al encargado por las tumbas más viejas y me dijo que pocas quedaban pues estas son derruidas cuando la gente deja de pagar los derechos. Fuimos en todo caso al cementerio "viejo" y, efectivamente, se veían muy pocas tumbas aún en pié. Como era de esperarse, no hallamos ningún Gärtner, aunque sí hallamos a los padres de Robert Koch, el descubridor del bacilo de la tuberculosis e hijo notable de Clausthal. Luego fuimos a la iglesia luterana, erigida en 1.634 y donde fuera bautizado nuestro antecesor Georg en 1.819. Adquirí una tarjeta postal de la pila bautismal pues mi cámara no tenía un lente suficientemente amplio para lograr una vista decente. También nos detuvimos un momento a saludar a Herr Karl-Heinz Hage, el archivista de la parroquia con quien he mantenido correspondencia desde 1.993. Entre otras cosas, le solicité copia de las partidas de defunción de los padres de Georg, las cuales me entregó al día siguiente.

Luego tomamos rumbo a St. Andreasberg, ubicado a unos 15 Kms. al sureste de Clausthal y tierra natal de los ancestros de Georg. Como todos los pueblecitos del Harz, este es un sitio hermoso con casas de techados de lajas rojas o grises que nos recuerdan las imágenes de las aldeas alpinas. Le comenté a Andreas sobre la descripción que hace Bayard Taylor acerca de la belleza de los árboles del Harz, y para mi gran asombro, casi le da un patatús. Ocurre que esa zona fue ocupada por los ingleses durante la posguerra y estos arrasaron con los bosques para la reconstrucción de Inglaterra. Los pinos que se ven ahora fueron plantados en situación de emergencia para evitar la erosión, y muchos de ellos están enfermos a causa del monocultivo y el apiñamiento. Unos días más tarde fuimos a Blankenburg en la zona ocupada por los rusos, quienes no tocaron los bosques por tener amplio abastecimiento en Siberia. En la antigua Alemania Oriental se observa gran variedad de árboles tanto coníferos como deciduos. Resulta que Andreas había sido guardia forestal en sus años de estudiante y ese asunto aún le dolía. En Andreasberg intenté visitar la mina Samson, pero mi guía insistió que esperara unos días para ir a otra mina en el pueblo de Wildemann, la cual estaba en mejor estado. Preferí deferir a la opinión de mi guía, aunque no me hubiera importado visitar ambas minas.

De regreso a la pensión, la dueña me tenía una sorpresa: había hablado con un vecino acerca de mi visita y sus objetivos. Este señor -cuyo nombre desafortunadamente no retuve- se presentó esa noche en el pequeño restaurante y dimos así inicio a lo que se convirtió en una tertulia nocturna cada día de esa semana. Marión me instaló en la mesa de los habituales y por allí pasaron varias personas muy amistosas y curiosas acerca de mi viaje y mis planes. La rutina comenzó entonces con una cena, seguida de una prolongada sobremesa lubricada con cervezas y salchichas, en la cual Andreas y yo planificábamos las actividades del día siguiente, para la diversión de nuestra anfitriona y sus huéspedes. El vecino mencionado fue entonces el primer "convidado" a la tertulia y trajo consigo un pergamino enmarcado en el cual tenía su árbol genealógico. Increíblemente, 5 de sus 16 tatarabuelos tenían el apellido Gärtner, pero todos tenían sus raíces en Buntenbock y ninguno coincidía con la línea ancestral que yo había obtenido en las investigaciones previas. Andreas me comentó luego que la gente de ese pueblo se había ocupado principalmente de la ganadería y poco tenían que ver directamente con las minas circundantes. No obstante, ese gesto y la cordialidad de la gente (salvo algunas notorias excepciones) son memorias muy gratas de mi vista al Harz.

Dimos una vuelta por el pueblo de Clausthal y nos detuvimos ante los letreros que designaban la ubicación adyacente de las minas Carolina (la carisucia de Heine) y Dorotea. Algunos de los edificios aún están en pié, pero el perímetro de las minas está cercado y las puertas de ingreso están bajo llave para evitar posibles accidentes. Según entiendo, algunos de los fosos de acceso están destapados y la caída es de cientos de metros. Por los alrededores se ven aún las antiguas acequias y otras obras hidráulicas, cada cual con su letrerito descriptivo. En las cercanías de St. Andreasberg visitamos el dique Oderteich, el cual me desencantó un tanto pues esperaba algo más impresionante dada su fama de haber sido la mayor represa de Europa por unos 150 años. No obstante, quedé fascinado con la descripción de los tubos de madera incorporados al dique para el control de flujo de agua, los cuales aunque en desuso todavía funcionan. En esas correrías divisamos por fin la legendaria montaña del Broken, célebre por las brujas del Fausto de Goethe.

Para nosotros los criados en las faldas de los Andes resulta irrisoria la altura de las montañas del Harz. Clausthal está a unos 600 mts. Sobre el nivel del mar y el "imponente" Broken se eleva a 1.142 mts. Sin embargo, por ser estas las primeras serranías con que se topan los vientos húmedos provenientes del Mar del Norte, hay una abundante lluvia y en la zona hay unas 70 represas para almacenamiento del agua. En el Broken se ve aún la maraña de antenas que utilizaban los alemanes del este para captar las comunicaciones del oeste. Desafortunadamente, el acceso a la cima de la montaña sólo es posible por un ferrocarril de rieles estrechos que parte de un pueblo muy al este y el paseo era de día completo, tiempo del cual yo no disponía. De manera que me perdí esa visita.

En el centro de Clausthal es imposible caminar un trecho sin encontrar algún anuncio tentador y simultáneamente frustrante: Reiseburo Gärtner, Gärtner Planen & Bauen, Gärtner Reisen, etc. Tantos tocayos de apellido y nosotros sin conseguir aún la conexión con parientes contemporáneos alemanes... Más adelante pasamos por el Hotel Goldene Krone con sus placas conmemorativas de las estadías de Goethe y Heine. Andreas me dijo que no valía la pena almorzar ahí pues los precios eran altos y la comida mediocre. Entramos a una librería que mi guía había recomendado. El dueño, preadvertido, se me acercó con las mejores intenciones, pero de la boca le salió, en su mejor inglés, el gruñido: "What is your problem?" El tono regañón me sobresaltó y sentí fluir mi adrenalina, pero al mirarle la cara vi una sonrisa y la disposición de serme útil. Le pregunté si tenía determinado libro y me respondió: "Impossible!". Me encogí de hombros y con mi lista de libros comencé a revisar la tienda por mi cuenta. Al cabo de un rato reapareció el señor con el libro "imposible" en la mano. Me costó un poco acostumbrarme a esa brusca inflexión germana.

En el hotel, Marión nos indicó que otro vecino, Herr Gerhard Gärtner, nos había invitado a visitarle. Llegamos a su casa al atardecer y nos atendió un señor bastante mayor. Nos invitó a subir al segundo piso donde estaban reunidos varios parientes. El señor se disculpó mientras iba a buscar algo y mi intérprete comenzó a hacer las presentaciones. No había comenzado a hablar Andreas cuando un tipo joven que estaba jugando backgammon con otro señor le interrumpió y empezó a interrogarlo en un tono por demás agresivo. Cuando vi que mi guía sacaba algo de su bolsillo y se lo daba a su interlocutor le pregunté de qué se trataba. Me dijo que nos estaba pidiendo una identificación. Yo le dije que no lo hiciera y que debíamos irnos. En esas estábamos cuando regresó Herr Gerhard quien se quedó atónito ante la tensa atmósfera en el salón. Yo le dije a Andreas que se despidiera de mi parte y que nos fuéramos pues yo no estaba dispuesto a tolerar ese tipo de grosería. Comenzó otro diálogo ininteligible para mí al cabo del cual Andreas me dijo que todo había sido aclarado y que el señor me pedía que por favor me sentara. Yo seguía mirando al chabacano y me negué a hacerlo. Entonces Herr Gerhard visiblemente avergonzado me pidió que por favor excusara el comportamiento de su nieto político y que tratara de entender que ellos habían sufrido dos guerras y que alguna gente era desconfiada por naturaleza. Acepté por no contrariar al anciano, pero sin tragarme la pésima conducta del joven, quien evidentemente no tenía edad suficiente para haber sufrido las consecuencias de ninguna guerra. En fin, revisamos los mutuos árboles genealógicos sin hallar punto común. No agrego el adverbio "afortunadamente" porque el fulano no era de apellido Gärtner, sino un necio casado con la nieta de Herr Gerhard.

Con tan ingrata experiencia al hombro regresamos al hotel a dar comienzo a nuestra tertulia nocturna. Uno de los habituales comentó que el patán había intentado sacar al abuelo de su propia casa alegando que se estaba volviendo senil. A nosotros nos pareció Herr Gerhard completamente lúcido y decidimos olvidarnos del desagradable asunto. De las tertulias tengo cuatro recuerdos especiales. Colgada en la pared del restaurante vi una vieja cítara y recordé la narrativa de Heine acerca de como en sus casas los mineros del Harz solían acompañar sus canciones con dicho instrumento. Le pregunté a Marión si podía indicarme adonde podría adquirir una cítara antigua y como la suya, pero no me supo dar razón. Entonces uno de los compañeros de mesa, Herr Hans, me dijo que a lo mejor él podría conseguirme una aunque creía que estaba algo aporreada y le faltaban algunas cuerdas. Convinimos en un precio y al otro día se apareció Hans con el instrumento, con el cual tercié por media Europa hasta mi casa en California. El segundo recuerdo de las tertulias en el hotel se refiere a una celebración que me había perdido. Se trataba del desayuno del Tscherper, un cuchillo especial que por regulación debía llevar todo minero que entraba a los túneles. Dicha herramienta era utilizada para muchas cosas, entre ellas muy especialmente para reparar los travesaños de las escaleras de acceso a las minas. En cada descanso de las interminables cadenas de escaleras de mano fijadas a la pared de roca habían travesaños de reserva. Cuando un minero quebraba un travesaño tenía la obligación de repararlo inmediatamente bajo pena de despido y utilizaba el mentado cuchillo para cortar y ajustar el peldaño. De manera que el Tscherper era un utensilio indispensable y entre otras cosas era utilizado por los mineros para rebanar el pan, la salchicha y cualquier otro componente de su fiambre diario en las minas- cosas que comía sosteniéndolas entre la hoja y el dedo pulgar. El Tscherper continuó en uso aún después de la introducción de mejoras mecánicas como la escalera basculante (Fahrkunst) inventada en Clausthal en 1.833. Como a los alemanes les encanta formar agrupaciones e inventar símbolos, los mineros establecieron la costumbre de los desayunos (Tscherper-Frühstucks) como tema obligado de sus ferias. Aún ahora, para poder asistir a uno de esos desayunos es preciso poseer un Tscherper. Por supuesto, yo adquirí uno aunque no tuve oportunidad de usarlo.

El tercer recuerdo tuvo que ver con la carne de caballo. En una de las primeras tertulias le pregunté a mi guía si efectivamente vendían tal cosa en una carnicería que vi con un caballo en el letrero. Todo el mundo comentó inmediatamente que por supuesto, que era una carne excelente que sólo era vendida en expendios especiales y que era más cara que la carne de res. Indagaron si en USA o en Suramérica se conseguía y les respondí negativamente. Me preguntaron si quería probarla y les dije que no me importaría, pero no estaba muy entusiasmado con la idea. Predeciblemente, Andreas se apareció al otro día con el obsequio de unas salchichas equinas para ser consumidas en la tertulia. La carne me pareció sabrosa, aunque no muy diferente de la bovina y todavía no he empezado a relinchar. El cuarto recuerdo fue un licor llamado Grubenlicht, Luz de las Minas, preparado con una especie de aguardiente y una infusión secreta de hierbas, con el cual todavía pongo a alumbrar (aunque con cuentagotas) a los familiares que vienen de visita a mi casa.

Una parada obligatoria fue el tour del Museo Minero en Zellerfeld, el pueblo gemelo de Clausthal. Andreas conocía a uno de los guías y se pusieron de acuerdo para que yo asistiera a uno de los tours en inglés a determinada hora. Cuando nos presentamos al museo apareció el amigo de Andreas, quien nos dio un tour individual por el precio de un boleto convencional, y se negó a aceptar una propina al final de una excelente presentación. Tanto a este guía como al encargado del cementerio les obsequié una botella de vino que cada cual aceptó de muy buena gana. En el museo hay una gran cantidad de modelos de las minas (ver: www.region.tu-clausthal.de/obwm) y un túnel "esterilizado" donde le muestran al visitante como eran esos socavones y la increíble forma de trabajo de los mineros. Digo "esterilizado" porque no es una mina verdadera sino un túnel de demostración a escala natural, impermeabilizado, muy limpio y casi a flor de tierra. Allí nos mostraron una escalera basculante, invención que les ahorró a los mineros más de dos horas de tránsito diario, pues con las escaleras fijas gastaban una hora de bajada y dos de subida para recorrer los 300 o 400 metros de profundidad necesarios para llegar a la altura de las vetas. También conocí la lámpara de aceite de los mineros, Ehrengeleught, de la cual adquirí una réplica para mi creciente colección de artefactos del Harz. (Cargué con cuanta cosa creí que el tatarabuelo Georg habría querido tener como recuerdo de su tierra en sus años postreros). En el tour nos mostraron la capilla donde se reunían los mineros a decir sus oraciones al comienzo y al final de cada jornada y adonde pasaban revista para controlar quienes entraban y salían y asegurarse así que nadie se perdiera. La jornada típica era de 10 horas, excepto los padres de familia que podían optar por trabajar 16 horas, y por lo tanto (previo a 1.833 cuando instalaron las escaleras basculantes) se quedaban en los túneles toda la semana.

Luego hicimos una excursión interesantísima a la mina 19 Lachter Stollen en el poblado de Wildemann. Este túnel, que aparentemente era de desagüe, comenzó a construirse en 1.535 y tiene unos 9 Kms. de longitud. Tardó en excavarse unos 120 años a punta de barra, cincel y porra. La mina está interconectada con otras y en un punto es posible ver un socavón de 200 mts. De profundidad. Un aspecto extraordinario de esta mina (para mí) es el uso de otro túnel más profundo (no recuerdo el nombre, posiblemente sea el Ernst August Stollen, 30 Kms.a 360 mts. de profundidad) por el cual circulaba agua en gran cantidad. Por dicho túnel navegaban barcas que recibían el material extraído de minas ubicadas por encima y lo transportaban hacia un punto central de procesamiento llamado Ottiliae Schacht. Noté con asombro un rótulo indicativo de la ruta hacia Clausthal en una bifurcación del túnel. Pregunté la razón del letrero y me explicaron que durante el invierno los mineros viajaban de pueblo a pueblo por entre las minas, porque muchas veces no era factible andar por la superficie. Es conveniente llevar un impermeable pues esos túneles son muy húmedos y generan también algo de claustrofobia a pesar de la iluminación eléctrica. No es muy recomendable llevar una cámara fina
pues se corre el riesgo de arruinarla.

Usamos las actas entregadas por Herr Hage para visitar otros sitios importantes. Por ejemplo, el acta de defunción del homónimo padre de Georg indica que el difunto ostentaba el cargo de Grubensteiger
(capataz) en la mina Anna Eleonore. Su fallecimiento, a la edad de 63 años, ocurrió el 18 de Diciembre de 1.846. La única foto de mi visita a Clausthal en la que aparezco yo fue tomada por Andreas frente a la casa (Zechenhaus, oficina ?) de esa mina. No supe cuanto tiempo permaneció la viuda y sus otros hijos en la casa # 95 de la calle Zellbach.

Lo cierto es que para el momento de su fallecimiento el 1 de Julio de 1.867, a los 76 años, Catharina Friederike Henriette habitaba en la Polstertaler Zechenhaus en Altenau. Esta era una especie de residencia para muchachos que trabajaban en el procesamiento (trituración manual) del material de las minas (Pochwerke) y cuyos padres vivían demasiado lejos para que los jóvenes pudieran ir y venir de casa durante la semana. En la actualidad dicha casa es la oficina de un lugar de camping de motocasas (?). Allí tratamos de averiguar con el administrador / barman si había algún archivo, asunto que resultó negativo. De regreso nos detuvimos en un bosquecito entre las lagunas Eschenbach (Alta y Baja), donde recogí una cucharada de la tierra del lar natal del tatarabuelo (Georg Heinrich Friedrich Gärtner Gehrig).

En el Archivo de Minas de Clausthal nos fajamos a buscar alguna evidencia de la fecha de partida de nuestro ancestro. Yo me puse a revisar la gaceta de 1.847, que consideré el año más probable dadas las tradiciones familiares. Como los periódicos están impresos en el antiguo linotipo germánico, la tarea fue ardua para mí. Después de un largo rato Andreas gritó "Eureka!" y me mostró el anuncio que transcribo:

Dessentliche Anzeigen für den Harz
No. 54, 8-Juli-1846. p. 216 Abschialds - Anzeige
Bei unserer Abreise nach Neu-Granada in
Amerika wunschen wir allen Freunden und Bekannten ein
herzliches Lebewohl !
Clausthal, den 7, Juli 1846
&. Gärtner L. Dunemann

?? Registro del Harz
No. 54, 8-Julio-1846. p. 216 Anuncio de Partida
Debido a nuestra partida para Nueva Granada en América
extendemos una sincera despedida a todos nuestros amigos
y conocidos.
Clausthal, 7 de Julio de 1.846
G. Gärtner L. Dunemann

Según los entendidos, este tipo de anuncio era obligatorio para asegurar que los emigrantes no dejaban esposas e hijos abandonados o acreedores sorprendidos ante la súbita desaparición del individuo. Aparentemente estos anuncios tenían una vigencia de tres meses. Por esto, y por el hecho de que el transporte en el Harz era casi imposible durante el invierno, estoy convencido que Vater Georg partió hacia Octubre de 1.846 y que probablemente llegó a Colombia en Diciembre del mismo año. Otro indicador es la fecha (18-Dic-1.846) del deceso de su padre pues, según el diario de su hijo Alfredo, papá Jorge se vino a enterar del suceso cuando ya estaba en Colombia. Aún no conocemos su itinerario o si se detuvo en Inglaterra para finiquitar el contrato de trabajo antes de cruzar el Atlántico. Sin embargo, el hallazgo de ese anuncio por sí solo más que justificó el viaje al Harz.




NotiGärtner Nr. 11  Cali, junio de 2001


 NotiGärtner Nr. 11  Cali, junio de 2001


NotiGärtner Nr. 12 Cali, septiembre de 2002


NotiGärtner Nr. 12 Cali, septiembre de 2002


NotiGärtner Nr. 13 Diciembre de 2001


NotiGärtner Nr. 14 marzo de 2002


NotiGärtner Nr. 14 marzo de 2002