domingo, 6 de abril de 2008

PARA NO QUEDARNOS EN LA SIMPLE PROPUESTA







Para todos los Gärtner, los Tobón, los Vargas, Gómez, Murillo, Cataño, Salazar, Posada, De la Cuesta, Nicholls, López, etc., y pare de contar cuánto y tanto enlace se ha producido y se está produciendo en nuestra historia como FAMILIA y familias, antes y después del arribo de nuestros antepasados europeos y producidos los ricos mestizajes con nativos y afrodescendientes.


La invitación es a construir nuestra memoria en la historia de los conflictos colombianos en los cuales hemos sido victimas y victimarios, autores o coautores, complices, auxiliadores, propiciadores y tal vez entre nuestra consanguinidad haya casos de quienes han pasado por todo esto como simples observadores sin tocarse ni mancharse :) , como las brujos y brujas que los y las hay las hay.




La historia del cementerio de los Gärtner es indiscutiblemente una piedra de amarre para desatar la compleja relación de los descendientes del alemán y luterano Georg Friedrich Gärtner con los representantes de la llamada Santa Madre Iglesia Apostólica y Romana. En esta misma bitácora se puede consultar documentación sobre las desaveniencias y los acuerdos logrados con la Iglesia Católica con intervención del Vaticano.




Hoy quiero colocar aquí y desde el campo de los Tobón una otra propuesta para reflexionar sobre la intolerancia al interior del grupo familiar mismo, sus consecuencias, lo que ha representado ese fenómeno de la intolerancia para impedirnos vivir mejor.




Tomo el caso de mi tio materno Pablo Tobón "confesando" que aun sin intervención de mi voluntad me privé de tener una comunicación con el en virtud del ambiente de estigmatización alimentado por estructuras de exclusión que siguen vigentes en el entorno colombiano en todos sus componentes étnicos, sociales, económicos, políticos.







Edith de Cardona, la esposa del primo Alfredo, publicó la siguiente nota el 6 de enero de 1985:





"Carta a un habitante del otro mundo
Por EDITH DE CARDONA T.






Tus ojos se cerraron para siempre este 27 de noviembre. Y aunque estuviste presente, querido Pablo, no pudiste saber lo que ocurría a tu alrededor.
Había mucha gente en la iglesia. Muchos amigos y muchos curiosos. Unos fueron porque si, porque no tenían otro programa; y algunos porque de verdad sentían tu partida.
Alii estaban tus viejos camaradas. Los que se reunían contigo en aquel café a jugar cartas o dominó. Vi lágrimas en sus envejecidos ojos. Estaban también los galleros sobrevivientes. Los que todavía guardan las pitas y las espuelas junto al recuerdo del saraviado o del gallo canelo.
El peso de los años impidió que algunos retomaran el largo camino al cementerio. Acompañaron con la mirada hasta que, a lo lejos, el cortejo se perdió.
Otros de tus viejos amigos, con andar cansado, recorrieron ese camino tantas veces trajinado. Y vivieron de nuevo los recuerdos. Te veían, con clara nitidez, igual que en los tiempos mozos, cuando todos los domingos, en loca carrera, desbocabas tu caballo, y lo hacías rastrillar en los guijarros, desafiando a la caterva violenta que oprimía a tu pueblo.
También te acompañaron los curiosos, los indiferentes y unos pocos, poquísimos, de tu misma sangre para quienes significaste algo en su vida._
Estuvo aquel sobrino, su esposa e hijos. Ese, el que te brindo una vejez tranquila y apacible. El que respetó tu voluntad de morir donde te diera la gana, en la aldea que no fue tu cuna, pero que tu quisiste que fuera tu sepulcro. Allí, junto a ti, estuvo ese sobrino que fue como un verdadero y noble hijo tuyo. Porque por desgracia, los que tu engendraste, no tuvieron la gracia divina de la misericordia y el perdón para un viejito solitario. Ellos no quisieron saber de tu partida.
Otro de tus sobrinos también estuvo a tu lado. Ese que te respetaba y amaba desde niño. Vi sus lágrimas furtivas que se escapaban mientras sellaban el nicho.
Ya no podría volver a acompañarte en la banca del parque, ni volverá a preguntar por la fundación de la aldea del Rosario, ni por tus pasos con los colonizadores del Jardín o de Envigado.
Pero había mas parientes: uno que se emborrachó a tu salud", y otros sin dolor disponible porque ya lo habían gastado con sus hijos.
Una vez dijiste que cuando abandonaras esta vida, lo harías sin importunar a nadie, que no invitaran a dolientes o conocidos. Tus sabias, con la sabiduría de los viejos, que a los entierros la gente va como a los estadios o a las corridas de toros. Só1o les falta llevar el fiambre o la bota de manzanilla.
Por eso Hugo, cumpliendo tu voluntad, a muy pocos se les dio la triste noticia.
Los curiosos, esos que fueron porque si, hablaban a tu lado de mil cosas: del costo de la vida, del mal tiempo, del vestido de la amiga. Y mas atrás alguien preguntó: "Tu conociste al muerto?" Siquiera no los oíste!!!
Llegamos al cementerio. El borrachito terminó su fiesta y regresó a su tierra. Los curiosos ni entraron al camposanto.
Cruz Helena, la Samaritana de tus últimos pasos, rezaba recogida una oraci6n por el eterno descanso de tu alma Pablo Tobón Vargas.
Aun estábamos alli unos pocos: los que sentíamos tu partida. Nos quedamos solos... con tu ausencia.
Fuimos saliendo...Nos separabamos para siempre: tu camino seguía hacia la eternidad y nosotros quedabamos en este carnaval."


Queda pues así indicado un camino para cuya "trilla" me comprometo.


Remito también a la publicación que hizo LA PATRIA de Manizales el domingo 9 de diciembre de 1984 del escrito de Alfredo Cardona Tobón sobre el tio Pablo Tobón con el titulo "El último envigadeño de la caravana del Jardín".






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