No en vano ha hecho carrera afirmar que LA Verdad es la primera víctima de la guerra.
Presumo que para cualquier mortal fuera de algunos pocos en los corredores y reservados de la casa presidencial, resulta dificil digerir mentalmente los discursos recientes relacionados con el "rescate", "liberación", "entrega", "intercambio" y la falta de marcos racionales para encuadrarlos y examinarlos abre paso facilmente a la pasión: Uribe dice la verdad (porque Uribe me gusta), Chavez está en lo cierto (porque Chavez es mi idolo) los del Secretariado no dicen mentiras (porque bien o mal se enfrentan al orden de cosas vigente).
Podría objetarse que no es posible conocer una cosa por completo: cada elemento del universo está ligado a los demás, y para conocer tan sólo un elemento, teóricamente habría que conocer el universo entero y su historia. En otro sentido, se podría objetar que todo conocimiento es relativo, en la medida en que depende de la constitución del sujeto que conoce: dos seres diferentes no tienen exactamente la misma percepción de un mismo objeto.
Pero estas dos dificultades no son razón suficiente para renunciar a la idea de verdad y caer así en el relativismo.
De hecho, para desenvolvernos en la vida práctica no necesitamos conocer por entero una cosa. Para ir de un pueblo a otro no es necesario conocer íntegramente la geología de los sitios que se atraviesan ni la historia de sus poblaciones; basta con disponer de unos cuantos puntos de referencia.
Ahora bien, para inducir a alguien a error y así modificar su conducta tampoco hace falta suministrarle una representación enteramente falsa de la situación- basta con engañarle acerca de un número limitado de puntos. Por ejemplo, si un interlocutor quisiera disuadirme de emprender un viaje, podría decirme que la distancia a recorrer es dos o tres veces mayor de lo que en realidad es. En consecuencia, la mentira puede ser definida aun en ausencia de un conocimiento total de la realidad.
Por otra parte, la relatividad del conocimiento puede ser salvada, entre los interlocutores, estableciendo códigos destinados a describir la realidad; por ejemplo, se puede definir la distancia de un punto a otro con ayuda de unidades de medida: supongamos que esa distancia sea de 500 metros; cualquier interlocutor que efectúe la medición utilizando la misma unidad, obtendrá la misma cifra.
Cierto es que cuanta mayor complejidad presenta un fenómeno, más difícil es conocerlo y más numerosas serán las interpretaciones a que dará lugar por parte de personas diferentes. Pero cuando un Objeto está claramente delimitado en el tiempo y en el espacio, es posible adquirir un conocimiento preciso de algunas de sus características y formular una descripción verídica de él.
Así pues, las nociones de verdad y mentira son aplicables a una importante cantidad de casos, y sería simplista renunciar a ello con el pretexto de que, en otros, la realidad es compleja y difícil de conocer.
Por lo demás, el abandono de la idea de verdad puede conducir a los peores abusos, porque con la excusa del relativismo es posible afirmar, finalmente, cualquier cosa. Por ejemplo, Vychinski, procurador general de la U.R.S.S. en la época de los grandes procesos, declaró en un alegato de 1937 que, en materia humana, jamás era posible establecer la verdad absoluta, y, no vacilando en aplicar este principio al ámbito judicial, sostuvo que la verdad establecida por los órganos de instrucción y por el tribunal tampoco podía ser absoluta sino únicamente relativa. De esto concluyó que la búsqueda de piezas de convicción absolutas y de testimonios irrefutables eran una pérdida de tiempo, y que el comisario instructor podía encontrar pruebas relativas, aproximadas, de la culpabilidad del acusado, basándose en su propia inteligencia, en su olfato de miembro del Partido, en sus fuerzas morales y en su carácter.” (Guy Durandin. La Mentira en la propaganda política y en la publicidad”)
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