VIVIR ES RECORDAR
RECORDAR ES VIVIR ...
¿PERDÓN Y OLVIDO?
¿SIN QUE SE HAYA SUPERADO MATERIALMENTE ALGO? : ANARKOS
¿PUEDE OLVIDARSE LO QUE SE ESTÁ VIVIENDO?
¿LO QUE TODAVIA NO HA PASADO?
¿LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO?
De todo lo escrito amo solamente lo que
el hombre escribió con su propia sangre.
Escribe con sangre y aprenderás
que la sangre es espíritu.
Federico Nietzsche.
En el umbral de la polvosa, puerta,
sucia la piel y el cuerpo entumecido,
he visto, al rayo de una luz incierta,
un perro melancólico, dormido.
¿En qué sueña? Tal vez árida fiebre
cual un espino sus entrañas hinca
o le finge los pasos de una liebre
que ante sus ojos descuidada brinca.
Y cuando el alba sobre el Orbe mudo
como un ave de luz se despereza,
ese perro nostálgico y lanudo
sacude soñoliento la cabeza
y se echa a andar por la fragosa vía,
con su ceño de inválido mendigo,
mientras mueren las ráfagas del día
para tornar a su fangoso abrigo.
Hundido en la cloaca
la agita con sus manos temblorosas,
y de esa tumba miserable saca
tiras de piel, cadáveres de cosas.
Entre tanto, felices compañeros
sobre la falda azul de las princesas
y en las manos de nobles caballeros
comparten el deleite de las mesas;
ciñen collares de valioso broche,
y en las gélidas horas de la noche
tienen calor, en tanto que el proscrito
que va sin dueño entre el humano enjambre,
tropieza con el tósigo maldito
creyendo ahogar el hambre,
y en las hondas fatigas del veneno
echado sobre el polvo se estremece,
fatídico temblor le turba el seno,
y con el ojo tímido, saltado,
sobre la tierra sin piedad fallece.
(Todos vuelven la faz, nadie le toca: al bardo sólo que a su lado pasa, atedia la frescura de su boca "donde nítidos dientes se enfilan como perlas refulgentes"...
Mísero can, hermano de los parias, tú inicias la cadena de los que pisan el erial humano roídos por el cáncer de su pena; es su cansancio igual a tu fatiga, como tú se acurrucan en los quicios o piden paz, sin una mano amiga, al silencio de oscuros precipicios. Son los siervos del pan: fecunda horda que llena el mundo de vencidos. Llama ávida de lamer. Tormenta sorda que sobre el Orbe enloquecido brama.
Y son sus hijos pálidas legiones de espectros que en la noche de sus cuevas, al ritmo de sus tristes corazones viven soñando con auroras nuevas de un sol de amor en mística alborada, y, sin que llegue la mentida crisis, en medio de su mísera nidada ¡los degüellan las ráfagas de tisis!
Los mudos socavones de las minas se tragan en falanges los obreros que, suspendidos sobre abismo loco, semejan golondrinas posadas en fantásticos aleros. Con luz fosforescente de cocuyos, trémula y amarilla, perfora oscuridad su lamparilla; sobre vertiginosos voladeros acometen olímpicos trabajos, y en tintas de carbón ennegrecidos, se clavan en los fríos agujeros, como un pueblo infeliz de escarabajos a taladrar los árboles podridos. Sus manos desgarradas vierten sangre; sarcástica retumba la voz en la recóndita huronera: allí fue su vivir; allí su tumba les abrirá la bárbara cantera que inmóvil, dura, sus alientos gasta, o frenética y ciega y bruta y sorda con sus olas de piedra los aplasta.
El minero jadeante mira saltar la chispa de diamante que años después envidiará su hija, cuando triste y hambrienta y haraposa, la mejilla más blanca que una rosa blanca, y el ojo con azul ojera, se pare a remirarla, codiciosa, al través de una diáfana vidriera, do mágicos joyeles en rubias sedas y olorosas pieles fulgen: piedras de trémulos cambiantes, ligadas por artistas en cintillos: rubíes y amatistas, zafiros y brillantes, la perla oscura y el topacio gualda, y en su mórbido estuche de rojizo peluche, como vivo retoño, la esmeralda. La joven, pensativa, sus ojos clava, de un azul intenso, en las joyas, cautiva de algo que duerme entre el tesoro inmenso no es la codicia sórdida que labra el pecho de los viles: es que la dicen mística palabra las gemas que tallaron los buriles: ellas proclaman la fatiga ignota de los mineros; acosada estirpe que sobre recio pedernal se agota, destrozada la faz, el alma rota, sin un caudillo que su mal extirpe:
El diamante es el lloro de la raza minera en los antros más hondos de la hullera;
¡ loor a los valientes campeones que vertieron sus lágrimas entre los socavones!
Es el rubí la sangre de los héroes que, en épicas faenas, tiñeron el filón con el desangre que hurtó la vida a sus hinchadas venas;
¡loor a los valientes campeones que perdieron sus vidas entre los socavones!
El zafiro recuerda a los trabajadores de las simas el último girón de cielo puro que vieron al mecerse de la cuerda que los bajaba al laberinto oscuro;
¡ loor a los sepultos campeones que no verán ya el cielo entre los socavones!
Y el topacio de tinte amarillento es recóndita ira y concreciones de dolor; lamento que entre el callado boquerón expira;
¡ loor a los cautivos campeones que como fieras rugen entre los socavones!
La joven pordiosera huyó. . . . . .
¿Que formidable vocerío pasa volando por el azul esfera, con el lejano murmurar de un río? Es una turba de profetas. Vienen al aire desplegando los pendones color de cielo; sus cabezas tienen profusas cabelleras de leones. En sus labios marchitos se adivina el himno, la oración y la blasfemia; llama febril sus ojos ilumina de sacros resplandores; pálidos como el rostro de la Anemia, llegaron ya; son los conquistadores del Ideal: ¡dad paso a la bohemia! Ebrios todos de un vino luminoso que no beben los bárbaros, y envueltos en andrajos, son almas de coloso, que treparán a la impasible altura donde afilan sus hojas los laureles conque ciñes de olímpica verdura en tu vasto proscenio a los ungidos de tu Crisma, ¡ oh Genio! Aquel muestra su aljaba de combate, repleta de pinceles; el otro vibra, como ruda clava, un cuadrado amartillo y dos cinceles; se interrogan, se dicen sus proyectos de obras que dejarán eternos rasgos; aunque sean insectos, el mármol y el pincel los harán astros. Un escultor ofrece pulir la piedra como fino encaje para velar un seno que florece bajo la ténue morbidez del traje; aquése de fosfórica pupila, que las del gato iguala, discurre solo en actitud tranquila con el azul cuaderno bajo el ala; y el bardo decadente, el bardo mártir que suscita mofas, levantará la frente, alto nido de férvidas estrofas, y de sus labios, que el reír no alegra, brotará el pensamiento como un águila negra, con las alas enormes desplegadas al viento, para cantar la Venus Victoriosa cuya violenta juventud encarne el espíritu alegre de la diosa en las melancolías de la carne.
El músico, doblando la cabeza sobre la débil caja de su violín sonoro, dice la voz que de los cielos baja como un perfume del jardín de oro,
y, agarrando del cuello enflaquecido al tísico instrumento, lo hace gritar con trágico alarido, y con ahogados trémulos simula el sollozo de un mártir que se queja bajo el negro dogal que lo extrangula; y sobre todos flota, como un sueño de amor en la noche larga, la paz del arte que su duelo embota y su llagado corazón embarga.
Desventurada tribu de miserables, vuestro ensueño vano vuela solo entre sombras como vuelan las grullas en las noches de verano. Esa lumbre asesina de los focos que doran las soberbias capitales, arderá vuestras frentes inmortales y vuestras alas de zafir, ¡oh Locos! Sin pan, ni amor, ni gruta donde dormir vuestras febriles horas, sucumbís a la bárbara cadena, sin más visión que la chafada ruta que os empuja a los légamos del Sena ... ¡Canes, minero, artistas, el árido recinto que os encierra consume vuestros míseros desojos; y en el agrio Sahara de la tierra sólo hallasteis el agua ... de los ojos! Huíd como una banda tenebrosa de pájaros nocturnos que entre ramas hienden la oscuridad sin voz ni huella;
morid: ¡para vosotros no se despierta el día ni se columpia en el Zenit la estrella que llamaron los hombres Alegría Cuan lejos de vosotros se levanta, sobre columnas de marfil bruñido, la ciudad de los Amos donde canta su canto de ventura el gozo entre las almas escondido. Allí todos olvidan vuestra angustia. Los árboles no dejan -de silencio cargados y de flores- llegar, de los vencidos que se quejan, el treno funeral de sus dolores; allí, cual un torrente que dé sus ondas a dormidas charcas, resbala fríamente con ruido sonoro el oro, a los abismos de las arcas. Allí las sedas crujen como crujen las carnes sacudidas por las fieras: son fieras que no rugen los seres sin piedad. Ved como pasa sobre el marmóreo suelo, con su capa de pieles la hembra dura cual un oso gigante sobre hielo. ¿Por qué se abren sus ojos desmesuradamente? ¡Ah! si es que apunta con fulgores rojos el astro de la sangre por Oriente. Bajo el odio del viento y de la lluvia por la frígida estepa se adelantan los domadores de la Bestia rubia;
ya los perros sarnosos se tornaron chacales. De ira ciego el minero de ayer se precipita sobre los tronos. Un airado fuego entre sus manos trémulas palpita, y sorda a la niñez, al llanto, al ruego, ¡ruge la tempestad de dinamita! ¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada, con reverberaciones de locura, evoca ruinas y predice males: parecen tigres de la Selva oscura con nostalgias de víctima y juncales. El furioso caer de sus piquetas en trizas torna la vetusta arcada que erigieron al Bien nuestros mayores; y por la red de las enormes grietas va filtrando, con tintes de alborada, un sol de juventud sus resplandores.
Aquél un arma ruda pide, que parta huesos y que exprima el verbo de la cólera; filuda por el trabajo, recogió su lima de fatigado obrero, y bajo el golpe de Lucheni, ¡muda cayó la Emperatriz como un cordero!
Pini, Vaillant, Caserio y Angiolillo, vuestro valor ante la muerte espanta; negros emperadores del cuchillo, que rendís la garganta como débil mendrugo a las ávidas fauces del verdugo;
de duques y barones no circundó plegada muselina vuestros cuellos. Allí donde culmina el dorado listón de los toisones os dio la guillotina su mordisco glacial; vendimiadora que la tez y las almas descolora.
Aún parece vibrar en mis oídos la voz de Emile Henry; ya bajo el hacha iba la a rodar su juvenil cabeza, como la flor al soplo de la racha, y exclamo: "GERMINAL," y de su herida corrió una fuente de licor sagrado que bautizó la historia dolorida de los siervos, con óleo ensangrentado. Y ése fue dulce al comenzar; renuevo de razas de alto nombre. ¿Quién me dirá si un huevo son de torcaz o víbora? La mente no sabe leer lo que en el tiempo asoma; el hombre, como el huevo, en nidos de dolor será serpiente, ¡en nidos de piedad será paloma!
Por dondequiera que mi sér camine Anarkos va, que todo lo deslustra; ¡un rito secular que no decline ante el puño brutal de Bakunine, y el heraldo feroz de Zarathustra!
No puede ser que vivan en la arena los hombres como púgiles; la vida es una fuente para todos llena; id a beber, esclavos sin cadena; potentado, ¡tu siervo te convida! ¡Nada escuchan! Los pobres, a la jaula de la miseria se resisten fieros, y con brazo de adustos domadores y el ojo sin ternura, ¡los enjaula la codicia sin fin de los señores!
¿Quién los conciliará? Tibios reflejos de una luz paternal y vespertina visten de claridad el linde vago: es que el Patriarca de los Ritos viejos, de sapiencia cubierto, se avecina, con la nerviosa palidez de un mago. Es flaco y débil; su figura finge lo espiritual; el cuerpo es una rama donde canta su espíritu de Esfinge; y su sangre, la llama que los miembros cansados transparenta; de su nariz el lóbulo movible aspira lo invisible, son sus patricias manos una garra febril y amarillenta es de los griegos la gentil cigarra ¡que con mirar el éter se alimenta! Impalpable se irgue -melancólico espectro- y de la cuerda blanca a su místico plectro la melodía arranca.
Impalpable se irgue; hay algo de felino en su trémula marcha, hay mucho de divino en la nítida escarcha que su cabeza orea. Cruza sin otras galas que la túnica nívea que semeja las alas rotas de un genio de celeste coro, y sobre el pecho una cruz de pálido oro. Alza el brazo. La Europa lo aguarda como a antiguo caballero, debajo de una bóveda de acero; calla sus labios la soberbia tropa de esclavos y señores; el Pontífice augusto trae el bálsamo santo que redime, y calma la batalla de panteras; revalúa lo justo; ya va a decir el símbolo sublime ... y de sus labios tiernos salió, como relámpago imprevisto, a impulso de los hálitos eternos esta sola palabra: "JESUCRISTO." )
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