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LA MUERTE EN LA CALLE
Para sus tataranietas Sylvia y Natalia Visser Gärtner
Pereira – Marzo 23 de 2007
¿qué es la vida?
El mismo día en que se murió una hijita de Celedonio estiró las patas un ternero del doctor.
Celedonio pidió el día, enterró a su muertecita y no hablo más de eso. Y el doctor, ahí le oímos las quejas, que el animal era muy gracioso, que se le había hecho amigo, que mejor se hubiera muerto la vaca. Hasta se resintió conmigo porque no le había dado el pésame.
—Tampoco se lo he dado a Celedonio, doctor— le dije. Vea, doctor, yo conocí a una gente de esas de ustedes, que por cualquier cosa ya estaban con que castigo y Dios mío yo que te he hecho. Nosotros no somos de penas palabreras, doctor, estamos enseñados a ser tristones cuando sufrimos, pero callados. No vaya a creer que no hemos sentido la muerte de la niñita de Celedonio. Sí, nos ha dolido; y la de su ternero también, doctor.
Estábamos parados en la vuelta del jagüey, porque todavía el doctor no le había cogido gusto a su silla mariapalito con botella.
—Me has avergonzado — dijo el doctor; debí pensar más en el pobre Celedonio. Lo de él es un gran dolor, lo mío es un disgusto y pequeño si lo compare.
—No, doctor —dije— las dos desgracias: todo lo que a uno le sale mal es desgracia para uno, y no sirve comparar. Mídale, si quiere, el tamaño a la de usted y deje a Celedonio medir el de la suya si en eso se pone. Desgracias, doctor, por un tiempo o por un tiempecito. Después, nada; y vamos a lo mismo con otras. Así es la vida, doctor.
Ahí le vi la risita brincándole en el ojo.
¿De qué se habría agarrado el doctor, con que me iría a salir?
—Conque así es la vida. —dijo. La vida. ¿Sabes tú que es la vida?
—Cómo no voy a saberlo, doctor —dije— si la tengo en el cuerpo y todos los días por todas partes estoy viéndola.
—Pero, ¿qué es?
—Doctor, las matas, los animales, las personas.
—No has contestado la pregunta —dijo. La vida está en lo vivo, claro; pero, ¿qué es?
—Doctor, la cañadonga hace cañadonga, la guacharaca hace guacharaca, la gente hace gente. No hay mas, doctor; y hacer lo que hacen sin que puedan salirse de ahí es lo que yo veo que es la vida. Es una leccioncita, doctor, cada uno con la suya.
—Pero quien hace la vida y le da la leccioncita?
—Esa es otra pregunta, doctor. Vea, le pongo por caso, mi mujer me hace unos pantalones. ¿Quién los hizo? Ella. ¿Quien le enseño a hacer pantalones? Esa es otra pregunta. Y podría ser que nadie le hubiera enseñado y ella hubiera aprendido sola. ¿No será, doctor, que la vida con leccioncita y todo se hace ella misma?
El doctor se me puso más burloncito.
—Entonces —dijo— la vida no es más que cañadonga que hace cañadonga.
—Y guacharaca y gente también, doctor.
—Mira —dijo en serio. Tú quieres decir, aunque no te des cuenta de ello, que la vida no es más que la rutina de un fenómeno común no trascendental. Y no creo que la cosa sea así. La leccioncita, pase. Pero en la vida —por lo menos en la vida humana— hay algo mas, algo que llamamos espíritu.
— ¿Y todo el mundo tiene eso, doctor?
—No, no —dijo— La verdad es que abundan los estúpidos.
—Entonces, doctor —dije— el espíritu es una cosa que le entra o no le entra a la vida; una cosa aparte. No es vida, doctor; como la gusanera —perdone la mala comparación— que le cae a un caballo, pero no es caballo. Vea, doctor: Usted hace un juguete —un carrito, le pongo por caso. Usted lo hace. El carrito queda hecho y ya no tiene nada que ver con usted. Llego yo y le doy cuerda y el carrito echa a correr. Va corriendo el carrito y conmigo ya nada tiene que ver. Ahora, doctor, si al carrito hecho y andando se le meten unos cocuyos y lo alumbran por dentro, eso no es cosa de usted, ni mía, ni del carrito. Eso es otra cosa.
Ya estaba el doctor riéndose sin disimular. Todavía, entonces, yo no me había acostumbrado mucho a sus risas de tiraderita que después hasta me complacían porque me gustaba verlo contento, pobre doctor, cuando ya no le importaba que un ternero fuera bonito.
—Doctor —dije— yo le contesto como es de mi obligación; pero mi ignorancia no me la puedo raspar.
—No te disgustes —dijo— yo no me rio de ti sino de tu carrito.
—¿Es mucho disparate, doctor?
—Qué sé yo —dijo—. La cuestión no es para que yo pueda asegurar nada; pero me parece divertida la simplicidad con que ves la vida, como si nada tuviera de enigmático; como si en ella solo hubiera un misterio: el de los cocuyos que al carrito hecho y en marcha, se le meten y lo iluminan por dentro.
Galapa- 1.962
Copia realizada el domingo 23 de marzo por Guillermo Aníbal Gärtner Tobón, de una publicación de fecha octubre 16 de 1967 “Carpel-Antorcha”, Medellín, el cual recibí de mi ex esposa, madre de Anneli y nieta del escritor, Silvia Fuenmayor Gómez, 30 años atrás aproximadamente.
Conservé ese texto entre otras razones para cumplir el objetivo presente. Que sea este un motivo para desatar una comunicación rica, positiva, alegre y objetiva sobre ese campo complejo de la vida y la muerte, su complementariedad y pare de contar ….
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