martes, 18 de noviembre de 2008

MERCED A LA VERDAD

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LA RELATIVIDAD DE LA VERDAD




Originario de Pirandello y leído hace algunas décadas en la revista cubana BOHEMIA la historia de Tarará me sirvió de guía para una intervención como defensor de un campesino procesado por homicidio y como quiera que ahora en nuestro país se habla por todos lados de VERDAD he considerado que volver sobre ese texto puede resultar de alguna utilidad, así que copio y pego:

LA HISTORIA DE TARARÁ



Saru Argentu, conocido por Tarará, apenas introducido en la sala del tribunal, lo primero que hizo fue sacar del bolsillo un amplio pañuelo rojo con flores amarillas, y lo extendió cuidadosamente en el banco, para que no se le manchase, al sentarse, el traje de los domingos.

Después de esa operación, volvió la cara y sonrió a todos los campesinos que llenaban, del otro lado de la baranda, la parte del recinto reservada al público. Alguna mujer, vestida de negro, con la mantilla bajada hasta los ojos, se puso a llorar al ver al reo. Este, en cambio, mirando desde la jaula, seguía sonriendo, y hacia a sus amigos y compañeros de trabajo, una señal de reconocimiento con cierta complacencia.

Porque para él era casi una fiesta aquello, después de tantos meses de prisión preventiva. Y se había arreglado como en los domingos. Era pobre –tanto que no pudo pagarse un abogado, y le asignaron uno de oficio- pero, en lo que de él dependía, por lo menos, estaba limpio, afeitado y con el traje de los días de fiesta.

Después de las primeras formalidades, constituido el jurado, el presidente invitó al reo a ponerse de pie.

¿Cómo se llama?

Tarará.

Eso es un apodo. ¿Su nombre?

Ah ¡ Si, señor: Argentu, Saru Argentu, excelencia. Pero todos me conocen por Tarará.

Bien. ¿Cuántos años tiene?

No sé, excelencia.

¿Cómo que no sabe?

Tarará se encogió de hombros.


Vivo en el campo, excelencia. ¿Quién se atreve a pensar?

Todos rieron. El presidente miró los papeles que tenía delante:

Usted nació en 1873, tiene pues, treinta y nueve años. ¿No es así?

Tarará abrió los brazos:

Como usted ordene, excelencia.

Para no provocar nuevas risas, el presidente interrumpió el interrogatorio.



Siéntate. Ahora leerá el señor canciller el acta de acusación.

El joven abogado defensor, nombrado de oficio, le había dicho que podía estar seguro de la absolución, porque si bien mató a su mujer, el adulterio fue demostrado.



Tarará, en la beatifica inocencia de su mentalidad simple, no tenía ni siquiera la sombra de un remordimiento. No comprendía por qué debía dar cuenta de lo que hizo, es decir de algo que no le interesaba a nadie más que a él. Mató a su mujer de un hachazo en la cabeza, porque un sábado al volver a su casa por la noche, de regreso del campo de un rico propietario, donde trabajaba como un peón durante toda la semana, se encontró con un gran escándalo en la callejuela donde vivía. Pocas horas antes, su mujer fue sorprendida en flagrante adulterio, con el caballero don Agatino Fiorica. La señora de éste guió al oficial de justicia y a dos agentes de la policía hasta la casa donde vivía Tarará, para la comprobación del delito.

Los vecinos no pudieron ocultar a Tarará su desgracia porque su mujer estaba arrestada con don Agatino.



A la mañana siguiente, al verla llegar a la casa, después que la pusieron en libertad, se arrojó sobre ella y de un hachazo le partió la cabeza.

Terminada la lectura del acta de acusación, el presidente hizo incorporarse al reo, para continuar el interrogatorio.



Reo Argentu: ¿ha oído de qué se le acusa?

Tarará con su sonrisa habitual, respondió:




A decir verdad, excelencia, no presté atención.


Se le acusa de haber asesinado, de un hachazo, a Rosario Femminella, su esposa. ¿Qué tiene que decir en su disculpa? Diríjase a los señores jurados y hable claramente y con respeto debido a la justicia.



Tarará se llevó una mano al pecho, como para significar que no tenía la menor intención de faltarle al respeto debido a la justicia, y se quedó un momento como cortado.

Vamos, hable.
Mire, excelencia ... sus señorías son gente leída, y lo que está escrito en esos papeles lo habrán entendido. Yo vivo en el campo, excelencia. Si, yo maté a mi mujer. Hice eso, si excelencia, señores del jurado ...., lo hice, de veras, señores jurados, porque no podía hacer otra cosa.

¿Qué quiere decir con eso?

Quiero decir, excelencia, que la culpa no fue mía.

¿Cómo que no fue suya?

El joven abogado creyó oportuno intervenir:



Perdón señor presidente ..., pero me parece que tiene razón si dice que la culpa no fue suya, sino de la mujer que le traicionó con el caballero Fiorica.

Usted Tarará ¿quiso decir eso? – Preguntó el presidente.

Tarará negó primero con un movimiento de cabeza, y luego dijo:



No señor, no excelencia. La culpa no fue tampoco de aquella pobre desgraciada. La culpa fue de la señor ... de la mujer del señor caballero Fiorica, que no quiso dejar las cosas en paz. ¿A qué venía, señor presidente, eso de ir a armar un escándalo tan grande en la puerta de mi casa, que hasta las piedras de la calle, señor presidente, se pusieron coloradas de vergüenza, viendo a un hombre respetable, el señor Fiorica, que sabemos todos que persona es, en calzoncillos y con los pantalones en la mano, señor presidente, sacado de la cueva de una sucia campesina. Sólo Dios sabe, señor presidente, qué cosas estamos obligados a hacer para conseguir un pedazo de pan!.

Usted confiesa, pues, que conocía el ... enredo de su mujer con el caballero Fiorica?

Me opongo a la pregunta! Gritó el defensor.

Señor abogado. El interrogatorio lo hago yo!.

De todas partes del recinto hicieron a Tarará, en ese momento señas de negación.

Conteste, acusado Argentu: ¿Conocía o no el enredo de su mujer?

Tarará, perplejo, miró al abogado y al auditorio, y, dijo:



Tengo ... tengo que decir que no?

Diga la verdad en su propio interés – exhortó el presidente.

Excelencia: digo la verdad, y la verdad es ésta; que era como si yo no lo supiese! Y nadie podía venir a decirme en mi cara que yo lo sabia. Yo hablo así porque soy del campo, señores jurados.

¿Qué puede hacer un pobre hombre, como yo, que trabajo como un buey en el campo desde el lunes por la mañana hasta el sábado por la noche?. Si en el campo alguno hubiese venido a decirme: "Tarará, mira que tu mujer se entiende con el caballero Fiorica", yo no hubiera podido desentenderme, y hubiese corrido a caso en el hacha en la mano para partirle la cabeza. Pero ninguno vino nunca a decírmelo, señor presidente. ¿Por qué, señores jurados, esa bendita señora, de repente....? ¿con qué derecho vino a meterse en mi vida? Yo nunca había querido ver ni oír nada, siempre trabajando de la mañana a la noche. ¿Y, qué fue el escándalo para ella? Una broma! A los dos días volvió a hacer las paces con su marido. Pero... usted no pensó, señora, que había otro hombre de por medio? .. y que este hombre no podía dejar que se le rieran en la cara, y que tenía que mostrarse hombre?. Eso le hubiera dicho, señor presidente, y entonces, a lo mejor no hubiera sucedido nada, de lo que, no por mi culpa, sino por culpa de esa bendita señora, sucedió.



¿Esa es entonces su tesis?

Tarará negó con la cabeza.



No señor, ¿qué tesis?! Esta es la verdad, señor presidente.

Y, merced a la verdad, fue condenado a trece años de prisión."




¿A cuántos años se condenará a cuántos colombianos merced a la verdad?












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